I.
ME GUSTA comenzar este relato informal diciendo que fui una niña feliz, que jugué durante toda mi infancia en la calle, algo de lo que me siento enormemente orgullosa...; que no fui al colegio hasta los siete años, cuando ya había aprendido de forma natural casi todo lo importante... y que, según iba creciendo, además de los amores propios de cada edad, me fui enamorando poco a poco del conocimiento, de la aventura de descubrir, del placer de encontrar explicaciones, siempre parciales, a las preguntas sobre la vida.
ESTUDIÉ en un colegio mixto y laico, de quince alumnos y alumnas por clase, lo cual, visto desde ahora, me parece un enorme privilegio. En él tuve buenos maestros, algunos excelentes, y aprendí conciliar el aprendizaje con el disfrute, también a convivir con lo diferente que, en aquella ocasión, consistía en llevarme bien con los chicos –esos seres tan raros y desconocidos- entre los que hice buenos amigos.
EN LO QUE puedo recordar, escribí mi primer poema hacia los doce años, imitando las rimas de La vaquera de La Finojosa, aunque con un tema distinto, por supuesto. No lo conservo, pero sí me bailan todavía algunos versos en la memoria (¡manifiestamente mejorables...!)
ESCRIBIR se fue convirtiendo en algo habitual para mí: diarios, cartas, muchas cartas... y poemas. También leer, claro está, leer a los poetas, a los grandes, al Neruda del amor, al Cernuda del exilio, al Miguel Hernández de la España oculta en los libros de texto... Muy pronto descubrí el Canto de mí mismo, de Walt Withman. Me lo aprendí de memoria. Todavía lo conservo, con sus páginas amarillas, y sigo agradeciendo la compañía que me hizo y el modo en que despertó en mí la vivencia de ser parte de la Naturaleza.
También me inicié pronto en el dibujo. Guiada por un profesor maravilloso –Don Jaime- aprendí a manejar el color y el espacio haciendo carteles publicitarios. También a romper las reglas, a sentirme libre pintando. De su mano descubrí una forma de expresión que me serviría mucho en el futuro para expresar emociones y contar historias. Se abría así una ventana que nunca se cerraría, la de poder crear con dos lenguajes complementarios, la escritura y la pintura.
EN ESTOS descubrimientos y en tantos otros tuvieron mucho que ver mis amigos. Aprendí a crecer en grupo, a alimentarme de la amistad, a dar y recibir ideas, inquietudes, descubrimientos, búsquedas... Así he ido creciendo, así me fui haciendo adulta, siempre cogida de otras manos.
ESTRENÉ el amor y supe lo que era subir a las alturas. También aprendí a perderlo. Muy joven todavía, concilié el trabajo con el estudio, la mesa de oficina con la Universidad, y eso me obligó a organizar mi tiempo, a aprender a usarlo como un tesoro, a saber compartir obligaciones y diversión, porque, claro, también me gustaba, y mucho, bailar y divertirme.
Y, AUNQUE no sea muy propio de una biografía como esta, diré que comencé a bailar muy pronto y que nunca he dejado de hacerlo. Aún hoy reservo un tiempo para ese regalo del cuerpo, para el placer de moverme al ritmo de la música y dejar que descanse la mente, mientras el corazón trabaja muy deprisa.
II.
A MEDIADOS de los setenta publiqué mi primer libro de poemas cuyo título –Yo no sé- ya anunciaba la duda, la intuición de que el conocimiento absoluto sobre nosotros y sobre el mundo resulta una aventura imposible. Aquellos poemas de juventud no sólo expresaban un estado del alma sino también -comienzo a comprenderlo- anticipaban toda la búsqueda que habría de seguirles, búsqueda que cada vez me iría remitiendo con más fuerza a la aceptación activa del misterio, a ese "estar atentos" que precede a la llegada inadvertida de la luz, cualquier luz, para después marcar el regreso al silencio, recomponer la pregunta, enseñarnos de nuevo la espera sin señales.
EN ESE mismo año me “estrenaba” como ecologista, promoviendo la defensa de un parque que las inmobiliarias querían dejar reducido a bloques de viviendas. Junto con un pequeño grupo de personas, en A Coruña, conseguimos salvar el que entonces se llamaba “monte de Santa Margarita” y que se le diera el carácter de parque público. Hoy es un lugar hermoso y cuidado que alberga la Casa de las Ciencias.
DESDE entonces, mi trayectoria vital como mujer ha estado siempre acompañada por estas dos dimensiones: la artística y la ambientalista, sin querer ni poder separar la una de la otra.
EN ESTA época, terminados mis primeros estudios universitarios, comencé los segundos. Era imposible dejar de aprender. Pero, al tiempo, me casé, tuve hijos, y descubrí así el amor incondicional que viene de la maternidad, que nunca se extingue. De nuevo el tiempo resultaba escaso... De nuevo aprendí a unir mi papel de compañera, de madre, con mi carrera universitaria. Hice mi tesis doctoral cuando mis hijos eran pequeños, y supe lo que es tener algunos libros de trabajo pintados con lápices de colores en un momento de descuido... (estaba aprendiendo a conciliar el orden y el desorden, algo que me vendría muy bien para mi vida futura...).
UNOS AÑOS más tarde, hacia 1982, pasado el período intensivo de la crianza de mis hijos, retomé la actividad plástica y comencé a pintar de manera continuada. Era una forma de expresar complejidades que “se resistían” al lenguaje escrito y mucho más a ser explicadas mediante leyes o teorías. Ello me permitió comunicarme en otro lenguaje, seguir haciendo, por medios distintos, lo que comenzaba a ser ya una actividad habitual en mí: contar historias. Desde entonces, nunca he abandonado la pintura. Ella cubre una parte importantísima de mi vida, es un lenguaje que me permite hablar de lo inefable, dialogar sin palabras con la ciencia, poner en alto un sueño...
III.
EN 1984 leí mi tesis doctoral sobre Educación Ambiental. Ya sabía por dónde quería caminar definitivamente en el campo profesional. Esa materia no era conocida en la Universidad. Mis compañeros me preguntaban, un poco sorprendidos, que cómo pensaba arreglármelas para trabajar en algo “que no existía”... Pero yo intuía que se trataba de una cuestión ineludible, de una oferta que había que hacer a la sociedad para que nuestros hijos y nuestros nietos supiesen el valor de la Naturaleza y aprendiesen a respetarla. Mi experiencia profesional posterior me ha confirmado que la apuesta valía la pena.
CONCLUIDO mi doctorado, la Universidad se consolidó como mi hogar profesional. Tuve la suerte de poder trabajar en mi tema y, a través de la docencia y la investigación, pude conocer a personas maravillosas que enriquecieron mi vida humana y profesionalmente. Pero había que seguir estudiando... desde luego, porque el tema se las traía y estar al día en cuestiones ambientales era y es una tarea apasionante.
TODO este largo período estaba siendo, además, un tiempo en el que convivían varias Marías dentro de mí, en especial dos que, desde el territorio profesional, iban necesitando ponerse de acuerdo sin demora: la María que indaga y pide respuestas a la ciencia y la que experimenta la pulsión creadora del arte. Conciliarlas, conseguir que se llevasen bien, supuso aprender, por necesidad, el inevitable diálogo entre mente y corazón, entre lo que la razón anuncia y ese movimiento del alma del que no puede dar cuenta ninguna ley o teoría.
EN TALES condiciones, el proyecto de relacionar las visiones científicas del mundo y la expresión artística (lo que más tarde sería el Proyecto Ecoarte) surgió no como un producto de la reflexión, ni siquiera tomando una forma precisa, sino como una instancia vital, como el enunciado de un proceso cuyo devenir yo misma desconocía. Se trataba, en esencia, de aunar a las dos personas que (entre otras...) vivían en mi interior: la que interroga a la ciencia para explicar y explicarse el mundo, y la que intuye, ama e imagina a través del arte para dejar que el mundo sea a la vez un lugar de sentimientos, de emociones, de hallazgos, donde el conocimiento, cuando llega, acaso nos sorprende con respuestas a preguntas no formuladas.
ESTA vivencia me hizo consciente de la enorme distancia con la que se movían el mundo de la ciencia y el del arte. También de la forma dual de ver a la naturaleza y a las personas como algo separado que la modernidad había extendido aquí y allá. Eso afianzó mi intuición sobre la necesidad de reconectar al ser humano con la naturaleza y de interpretar la vida de forma compleja e integrada.De ahí a la tarea de echar a andar equipos que aglutinaran a científicos y artistas había solo un paso. Así que me atreví a darlo y fui recompensada con la enorme riqueza intelectual y humana de las experiencias que vinieron a continuación. Junto a mis colegas y amigos, me enamoré del conocimiento transdisciplinario, de esa misteriosa forma de captar la realidad que se produce cuando se indaga a partir de saberes distintos que se buscan y se escuchan con el ánimo de crecer juntos.
IV.
EN MI actividad artística de los años siguientes –pintura y poesía- está el desarrollo de esta idea que iba tomando cuerpo: la ciencia y el arte, cuando se complementan, pueden dar cuenta de la naturaleza y de la vida sin eludir su complejidad. A partir de ahí surge el intento de esbozar desde el lenguaje del arte algunas ideas científicas siempre retadoras, siempre inalcanzables, de Heisenberg, Bateson, Bohm... y también de algunos sugerentes científicos a los que ya consideraba mis maestros en la distancia: Murrai Gell-Mann, Prigogine, Margalef, Morin, Freire y tantos otros. Ellos me enseñaron que el pensamiento, como la vida, sólo crece y se regenera cuando se somete al fuego, a la posibilidad de su destrucción purificadora. Y que el tiempo que viene después abre la puerta a la reconstrucción, a la imaginación creativa que nos asoma a lo inédito. Ahora sé que la única forma de no quemarse es seguir ardiendo.
NO MENOS aprendí de mis maestros artistas. Del Paul Klee que me advertía cuán precioso es el conocimiento de las leyes con la condición de precaverse de todo esquematismo que confunda la ley desnuda con la realidad viva. Del visionario Hölderlin que luchó por restablecer el diálogo entre el ser humano y la naturaleza. Del Whitman para quien una hoja de hierba es tan perfecta como la jornada sideral de las estrellas. Del Zóbel empeñado en mirar al río Júcar para nombrarlo con su luz... Después de tantas preguntas, ellos me ayudaron a comprender que, como intuyó María Zambrano, a los claros del bosque no se va a preguntar, que lo invisible nos pasa rozando, llega cuando menos se espera, es tan sólo un susurrar que se vislumbra en un instante de gracia y se desvanece.
UNOS y otros lograron, así, conmover mi mente y mi corazón. Y precisamente desde esa conmoción encontré las fuerzas y las señales para ir avanzando, día a día, en el encuentro entre el saber construido y el saber que se construye, que es, al fin, el encuentro de la imaginación, la gran maestra de la vida, con la realidad. De su mano comprendí que, por fortuna, el conocimiento no es reproductor, sino creativo, que "producimos" realidad con la misma intensidad con que creemos conocerla.
V.
EN EL año 1986 publiqué mi primer libro sobre Educación Ambiental. A él le siguieron otros sobre cuestiones éticas, conceptuales y epistemológicas relativas al medio ambiente, al desarrollo sostenible, y al modo en que es posible, educativamente, abordar los desafíos de la ciencia, la técnica y la economía en un mundo globalizado.
También en este año di los primeros pasos del Proyecto EcoArte, convencida de que era necesario innovar hacia un conocimiento integrado para expresar la complejidad del mundo. Había tomado conciencia de que la pintura y la poesía tenían mucho que aportar mostrando el ineludible papel del arte en la interpretación y búsqueda de soluciones a los problemas ambientales. El reto ahora era contar no solo historias científicas rigurosas sino aportar un necesario plus de creatividad artística para imaginar escenarios futuros de vida sostenible sobre el planeta. Seguir pintando y escribiendo poemas era, una vez más, una pasión ineludible.
EN 1990 comencé a dirigir un Master en Educación Ambiental dirigido a profesionales cuya formación disciplinar requería de una “ampliación transdisciplinaria” para enfocar, de manera integrada, las cuestiones ambientales. Nuestros alumnos y alumnas resultaron ser personas altamente cualificadas: ingenieros, biólogos, pedagogos, gentes que estaban tomando decisiones como funcionarios públicos, directivos de empresas privadas, líderes sindicales... Con ellos disfruté la experiencia de la construcción colectiva del conocimiento, apoyada por un equipo de profesores que, en su mayor parte, eran y son amigos. Supe lo hermoso que era crecer intelectualmente en compañía, y no sólo intelectualmente, sino también en los aspectos puramente humanos, incluidos los relativos al arte y la creatividad, que ocuparon un lugar destacado, junto con los científicos, en ese modelo integrador que estábamos desplegando. Con las transformaciones que el tiempo requiere, el Master ha permanecido vivo durante 25 años, hasta 2015 en el que ha dado paso a nuevos proyectos.
MI SEGUNDO libro de poemas vino enseguida. Se tituló Libertad no conozco, y mi editora me llamó la atención sobre el hecho de que nuevamente apareciera en el título la palabra NO. Ahora pienso que, de un modo inconsciente, ese “no” anunciaba mi rechazo a unos modelos sociales que consideraba esencialmente injustos, pero también (porque el título del libro estaba tomado de un poema de Cernuda) el “no” daba cuenta de la imposibilidad de vivir sin amor, de una única libertad posible que era “la de estar preso en alguien, cuyo nombre no puedo escuchar sin escalofrío”...
Por fortuna, hoy conozco, además, otras formas de libertad posibles.
A ESTE libro le acompañaron otros sobre medio ambiente, desarrollo sostenible, educación ambiental... que intentaban contar a la gente historias, las historias de un mundo en crisis y algunas de las múltiples formas de enfocar la vida desde planteamientos que no fueran agresivos con la Naturaleza. También comprendí que era necesario contar la historia de las mujeres, esa mitad del cielo que sufre tanta discriminación desde tiempo inmemorial, y la de los miles de millones de personas que, en nuestro planeta, carecen de agua potable, de alimentos, de una vida digna...
INVESTIGAR y enseñar en el campo ambiental, y hacerlo desde el enfoque educativo, me llevó inevitablemente a forcejear con las teorías científicas que intentan dar cuenta de la complejidad del mundo vivo. Ya había trabajado para mi tesis con las ideas de Prigogine, Morin, Bateson... y ahora se abría ante mí un territorio tan sugerente como inabarcable: aproximarme a un nuevo paradigma ambiental no reduccionista, en el que tuviesen cabida el orden y el desorden, el azar y la incertidumbre, las teorías del caos... También la ciencia y el arte, lo masculino y lo femenino, la razón y los sentimientos… dándose la mano.
SOBRE este nuevo paradigma vengo trabajando en las últimas décadas, a través de investigaciones, conferencias, artículos… Lo más difícil, pero por ello lo más retador, es tomar las teorías y principios de la complejidad y retraducirlos al campo de las ciencias sociales y humanas (una retraducción no mecánica, que requiere ajustes, lógicamente). En este tiempo, mis ideas se han ido depurando, he podido compartirlas con colegas y estudiantes, y actualmente ya forman parte de esos temas inacabables que acompañan toda una vida como telón de fondo del pensamiento y de la búsqueda.
VI.
Y VOLVEMOS a los años 90´. Es importante, muy importante para mí, recordar que, mientras esa década transcurría, mi actividad como escritora/pintora y mi trayectoria universitaria se vieron acompañadas por mi experiencia vital como mujer. Volví a enamorarme, vi crecer a mis hijos y supe que quería para ellos otro mundo, más equilibrado ecológicamente y más equitativo socialmente. Así que había que seguir peleando por el cambio, ahora con nuevas razones para hacerlo.
LA INTEGRACIÓN entre ciencia y arte continuaba e iba abriéndose paso en mi actividad profesional y humana. El Proyecto Ecoarte había nacido y ahora crecía, aún sin bautizar, asemejándose a esas largas caminatas que hemos de recorrer pacientes, iniciadas con un primer paso que, por fortuna o necesidad, no tiene pretensiones de ir a ningún lugar seguro.
EN EL año 1996 la UNESCO me concedió la Cátedra de Educación Ambiental que, desde entonces, dirijo en mi Universidad. La dimensión internacional de la Cátedra incentivó mis viajes a América Latina, un continente que siempre me ha sorprendido (y me sigue sorprendiendo) por la calidad humana de sus gentes. En mis estancias americanas, he aprendido que, aún para los trabajos más intelectuales y abstractos, sigue siendo posible mirarse a los ojos.
EL CONOCIMIENTO directo de las mujeres campesinas latinoamericanas, junto con mi trayectoria vital de estos años y el trabajo sobre medio ambiente, me llevó a comprender algo que sería muy importante para mí: que la naturaleza era “invisible” para la economía y que mujer y naturaleza tenían un mismo tratamiento. En ese tiempo comprendí definitivamente la “invisibilidad” de nosotras, las mujeres, y supe que algún día tendría que hablar de ella, que esa sería también una tarea integradora.
En 1998 iniciamos las exposiciones de pintura y poesía de EcoArte en Sevilla, auspiciados por la Diputación de esa provincia. Era la primera vez que planteábamos públicamente nuestro discurso, mediante un viaje del Microcosmos al Macrocosmos que fue el eje temático de la exposición. Un viaje que iba mostrando nuestras formas de interpretar la naturaleza y de aproximarnos a ella. Guardo como un tesoro los dos primeros cuadros de esa exposición porque me recuerdan un pequeño/gran momento de este proyecto.
VII.
EN EL AÑO 2000 publiqué un nuevo libro de poemas, esta vez ya en el marco del Proyecto ECOARTE (que había tomado nombre y para entonces había sido “presentado en sociedad”). Ese libro se titula Microcosmos, y habla sobre el valor de la vida, las leyes que la rigen, la apertura al azar, la relación entre el orden y el desorden que hace de lo vivo algo cambiante, inaprensible...
EN EL título ya no aparecía el NO. Estaba en otra etapa de mi vida. Había superado el tiempo de las negaciones y había entrado, felizmente, en el de las propuestas. Ahora era la imaginación la que presidía mis búsquedas. No quería sólo mirar con ojos críticos lo existente, sino imaginar mundos posibles en los que pudiese darse la mano todo aquello que socialmente se mostraba como opuesto: la razón y los sentimientos; la naturaleza y la cultura; lo determinado y lo aleatorio, también lo masculino y lo femenino...
ESE AÑO fue importante para mí. Disfruté de un período sabático y pude, al fin, emprender el proyecto de hablar sobre la invisibilidad de las mujeres. Tomé mi pequeño ordenador portátil, me marché a una isla del Atlántico, y allí descubrí algo esencial: No era yo quien tenía que hablar de las mujeres.
Se trataba de dejar que ellas tomasen la palabra.
TODAS las notas que llevaba, los escritos previos, se fueron así reconstruyendo para dejar que ellas elevasen su voz, que hablasen en primera persona... Y fue de ese modo, dejándolas hablar, como me fui enamorando de cada una de las protagonistas, de su lucha por la vida diaria, de su manera de estar en el mundo, de su coraje para amar... de su alegría... Así nació mi libro de relatos Ellas, las invisibles.
ENTRE TANTO, mis hijos fueron creciendo y yo con ellos. Juntos fuimos desarrollando la experiencia del amor en el respeto, de la alegría en común, de la incondicionalidad, que tan necesaria nos es para sentirnos seguros. Compartimos momentos fáciles y difíciles, construimos proyectos juntos y, según pasaban los años, aprendimos a darnos consejos (no sólo yo a ellos, sino también ellos a mí, lo cual agradezco tanto...) Hoy Irene y Guillermo son ya dos buenos profesionales y, sobre todo, dos buenas personas, por lo cual me siento enormemente contenta.
VIII.
EN LA década del año 2000 comenzaron a surgir nuevas oportunidades. La UNESCO dio apoyo al proyecto Ecoarte y nos invitó a hacer una exposición en su sede de París en 2001, a la que han ido siguiendo otras varias en nuestro país. Cada vez que veía el proyecto en pie me parecía un milagro que algo tan frágil pudiera ir llevando un mensaje a la gente (y me lo sigue pareciendo…). En este tiempo publiqué un nuevo libro sobre Mujer y Medio Ambiente construido a varias manos entre hombres y mujeres. También salieron a la luz nuevos libros científicos y de narrativa, entre ellos Bienvenido, Juan, un texto sobre el valor de los primeros años de vida de los seres humanos, construido a dúo con Francesco Tonucci, que lo iluminó con sus dibujos. Fue muy divertido trabajar en él en esta ocasión, encontrándonos en lugares tan distintos como la cocina de mi casa o el aeropuerto, para aprovechar las ocasiones de pensar juntos.
ESTA DÉCADA marcaría el inicio de una etapa rica en actividades de Ecoarte, con exposiciones de los cuadros y poemas del proyecto en varias ciudades españolas y también a través de Seminarios de científicos y artistas. De estas experiencias han surgido dos Manifiestos con una buena repercusión en la sociedad y, lo más importante, nuevos colegas y amigos identificados con la filosofía que inspira este trabajo.
EN 2006 me fui a Italia con un permiso de estudios para investigar un tema que me venía rondando en la cabeza por largo tiempo: la relación entre los usos del tiempo y la sostenibilidad. Allí pude visitar lugares de gran interés y conversar con los fundadores de la Slow Food, de las Ciudades Lentas, los Bancos del Tiempo y muchas otras experiencias pioneras en el arte de acoplar nuestro ritmo de vida al de la naturaleza. A mi regreso publiqué el libro Despacio, despacio (20 razones para ir más lentos por la vida) y, junto a un buen grupo de amigos, participé en el nacimiento de la Asociación Slow People (gente que quiere ir más lenta por la vida). Lógicamente, mi experiencia vital comenzó a reorientarse, porque había que ser coherente con lo escrito y lo reflexionado. Supe que lo de “ir más lentos” alcanza al afuera y al adentro. Que lo más importante es no perder la quietud interior. Y en ello ando… Creo que algo he cambiado, aunque el reto es tarea para toda una vida…
EN EL AÑO 2011 vio la luz un nuevo libro de poemas –Donde no habite el miedo- esta vez escrito con uno de mis maestros: el profesor Federico Mayor Zaragoza. El proceso de creación fue largo, porque nuestros poemas son complementarios, pero trabajar con un maestro es un privilegio, así que para mí resultó muy estimulante. Se trata de una reflexión sobre el estado del mundo. También es un intento de conciliar la esperanza con los insomnios que produce el dolor del hambre y la injusticia. Su parte final es un canto a lo que cambia y a los que, con honestidad y coraje, pasan por encima de los miedos para hacer de este mundo un lugar en el que merezca la pena llamarse hombre o mujer.
EN ESE año la vida me hizo otro regalo valioso: una Agencia literaria que no sólo se ocupa de mover mi obra aquí y allá, consiguiendo editores y traducciones, sino que es mucho más: supone la presencia y compañía de dos amigas inteligentes y divertidas –Maru e Isabel- con las que puedo compartir ideas, soñar en alto y dar forma a los sueños.
Los años de crisis económica me obligaron a renunciar a alguna exposición de pintura ya concertada y también a la publicación de algún libro. Pero no por eso mi actividad amainó. Bien al contrario, fui consolidando poco a poco el carácter transdisciplinar de EcoArte incorporando al proyecto a estupendos profesionales que compartían mi sueño, de modo que actualmente es ya una aventura colectiva. Juntos hicimos Seminarios, continuamos dando conferencias aquí y allá y publicamos artículos en el ámbito nacional e internacional. Curiosamente, unos expertos en arte vinieron de Francia a conocernos, filmaron mi estudio, los cuadros… Y desde América Latina se suscitó un interés creciente por el tema, al punto en que hoy el concepto de EcoArte se ha generalizado y en casi todos los países se han ido creando proyectos con el mismo nombre, adaptados siempre a las características del entorno y de sus gestores.
Por lo que respecta a los libros, en el año 2017 vió la luz: “El éxito vital. Apuntes sobre el arte del buen vivir”. Se trata de una obra que nace de nuevo de una pregunta: ¿Por qué somos una especie tan poco inteligente que destruimos nuestro hábitat poniendo en riesgo las propias formas de vida? Reflexionando al respecto, me di cuenta de que el modelo de éxito que impera en nuestras sociedades es en gran parte responsable de esta actitud de ir corriendo siempre sin saber hacia dónde, expoliando a la naturaleza, que ni siquiera nos hace felices sino más bien genera una gran frustración y sufrimiento en muchos seres humanos. Agustín Paniker, director de la Editorial Kairós, apostó por la edición del texto y por ahí andan ahora mis ideas acerca de otra forma de ser exitosos que se reconcilie con el sentido común, las personas y la naturaleza.
A este le siguió otra obra en colaboración con mi maestro Federico Mayor Zaragoza: “El coraje de decir NO” (2019). Un libro que recoge una serie de conversaciones entre los dos acerca de su historia personal y profesional. Un texto que permite conocer las claves de su pensamiento y su forma de transitar por el mundo.
Posteriormente, la llegada de la pandemia y sus consecuencias provocaron en mí la pregunta: ¿qué necesita la humanidad en estos tiempos tan revueltos? La respuesta que encontré en mi interior fue: AMOR. Así que, sin dudarlo, aproveché aquel tiempo de confinamiento para trabajar en un libro de poemas en prosa sobre el amor en sus distintas manifestaciones. Se titula “El arte del buen amar” y por ahí anda, haciéndose sitio en la mente y el espíritu de mucha gente.
IX.
ASÍ QUE AQUÍ SIGO, construyendo conocimiento con otros, a la vez que escribiendo y pintando. Es decir, continúo desvelando y contando historias (aparte también reservo tiempo para mis personas queridas, para bailar e ir a la montaña...). Porque eso ha sido, seguramente, lo que he hecho a lo largo de mi actividad profesional y humana, plasmada en los libros que he escrito en este tiempo, y también en las exposiciones de pintura:desvelar, construir y contar historias con distintos lenguajes. Unas veces han sido historias poéticas, que hablaban de la soledad, el amor, la alegría... En otras ocasiones, historias científicas, que daban cuenta, o querían darla, de la complejidad del mundo vivo. Y siempre a través de la escritura y la pintura, esos dos lenguajes que todavía hoy me siguen sorprendiendo por su capacidad para hacer visible lo invisible. También mediante la palabra que se pronuncia despacio junto a otros, porque continúo adelante con mis conferencias, disfrutando siempre de eso que viene después –los coloquios- en los que tanto aprendo.
PARECE, pues, que mi destino sea el de “contadora de historias”. Pero claro, para tener algo que contar es preciso escuchar mucho, tener el oído atento y los ojos dispuestos a ver en los rincones de la vida, a descubrir lo invisible, a valorar lo pequeño, lo inseguro... En todo caso, el de “contadora de historias” no es mal destino, siempre que se acepte que los relatos –científicos o artísticos- no tienen por finalidad producir respuestas sino, a lo mucho, provocar nuevas preguntas. Al fin y al cabo, son las preguntas las que me mueven a mirar con asombro la vida, a imaginar... y también a asumir su misterio, el exilio que precede a cualquier presunción de evidencia.
Si tuviera que resumir el sentido de toda esta vida, diría que, aunque en ella ha habido etapas de sufrimiento, en su conjunto la he vivido y la vivo como una ocasión para dar las gracias: por la oportunidad diaria de estar viva; por mis hijos, mis amigos y amigas, por mis amores... Como todo el mundo, he sido tocada por la tristeza, por la tempestad interior, por el miedo... pero, por encima de ellos, o más allá, he buscado siempre la actitud de celebrar cuanto la vida nos regala: el poema que alguien escribió un día, sin saberlo, para mí; el cuadro que ayer pinté y hoy cuelga en la pared de otra casa que lo cuida… Celebrar lo construido y lo que queda por construir; el baile que mueve el cuerpo y la meditación que aquieta el espíritu... Celebrar cada salida y entrada de año como un momento de apertura hacia nuevos proyectos, una invitación a la creatividad, un reto para el pensamiento solidario... No existe mejor modo, a mi entender, de contribuir a que la vida sea un espacio de esperanza.
Y seguir practicando el placer de descubrir, de buscar desde la ardiente paciencia, que decía Neruda. Sabiendo, eso sí, que a cada hallazgo le sigue una nueva pregunta, y que es en ese saber parcial y provisorio donde asentamos nuestras frágiles –y no por ello menos comprometedoras- verdades. Después de tanto tiempo, todavía ahora, al redactar estas notas, vuelvo a recordar aquel libro con el que me estrené como escritora en 1975 y hago mío, nuevamente, el poema final de Microcosmos, que concluye, en diálogo con el lector o lectora, retornando a la antigua intuición primera:
"cuanto quise contarte: lo que no sé del mundo"...
María Novo